La decisión de Estados Unidos de no enviar a ningún representante oficial a la cumbre del G20 prevista en Sudáfrica agrega una tensión inesperada a un foro que se pensaba como espacio clave para discutir la economía global y los conflictos abiertos. El anuncio, difundido por la Casa Blanca, se justificó en críticas muy duras a la elección de Sudáfrica como país anfitrión y en cuestionamientos a su situación interna en materia de derechos humanos. Más allá del tono inflamado, el gesto implica un portazo diplomático en un momento en el que el multilateralismo ya venía debilitado y en el que los foros de coordinación se enfrentan a presiones crecientes.
Para Sudáfrica, la ausencia de Estados Unidos en la mesa no solo es un golpe simbólico: también complica el objetivo de posicionarse como actor de peso entre las economías emergentes y de articulador entre África y el resto del mundo. El boicot abre espacio para que otros países intenten capitalizar el vacío y reposicionarse como interlocutores centrales del llamado Sur Global. En paralelo, la señal que recibe el resto de África es que las disputas entre grandes potencias se cuelan cada vez con más fuerza en las plataformas de diálogo económico, lo que puede dificultar consensos sobre deuda, clima y financiamiento para el desarrollo en un continente muy expuesto a esas variables.