Otro estudio reciente documentó el retroceso extremadamente rápido de un glaciar en la Antártida, que habría perdido alrededor de ocho kilómetros de hielo en apenas dos meses, el ritmo más veloz registrado en la región en tiempos modernos. El fenómeno se atribuye a una combinación de aguas oceánicas más cálidas, cambios en las corrientes y fragilidades propias de la geometría del glaciar, que facilitan el desprendimiento de grandes bloques de hielo. Las observaciones satelitales y las mediciones in situ ofrecen una imagen inquietante de un frente glaciar que se retira a una velocidad muy superior a la esperada por los modelos climáticos tradicionales.
Este tipo de comportamiento preocupa a la comunidad científica porque sugiere que algunos glaciares pueden responder de manera muy abrupta a variaciones relativamente pequeñas en las condiciones oceánicas o atmosféricas. Si procesos similares se desencadenan en masas de hielo de mayor tamaño, las proyecciones actuales de aumento del nivel del mar podrían quedarse cortas y obligar a revisiones al alza. El caso funciona así como una advertencia concreta: la estabilidad aparente de ciertos sectores del hielo antártico puede ser mucho más frágil de lo que se pensaba. Reforzar el monitoreo continuo, mejorar la resolución de los modelos y avanzar en acuerdos internacionales que limiten el calentamiento global se vuelve, a la luz de estos datos, una cuestión de seguridad a largo plazo para las comunidades costeras de todo el mundo.