Las negociaciones entre Afganistán y Pakistán para estabilizar la relación bilateral se derrumbaron sin acuerdo, según informó la administración afgana, aunque el alto el fuego vigente no se ha roto. Islamabad pretendía que Kabul asumiera una responsabilidad más directa sobre los problemas de seguridad interna relacionados con grupos armados que operan en la frontera, una exigencia que las autoridades afganas consideraron inaceptable e incompatible con su propia lectura de la situación. La ruptura de las conversaciones vuelve a colocar a la región en un terreno frágil, donde cualquier incidente menor podría reavivar episodios de violencia en zonas particularmente sensibles.

La frontera entre ambos países ha sido históricamente un espacio poroso, con circulación de combatientes, refugiados y contrabando, y las comunidades locales viven desde hace décadas en un clima de tensión intermitente. La ausencia de un marco de entendimiento estable complica el control del territorio y alimenta sospechas mutuas entre las fuerzas de seguridad. Además, el estancamiento diplomático se produce en un entorno de fuerte presión internacional para que ninguna de las partes se convierta en refugio de organizaciones extremistas. En este contexto, el mantenimiento del alto el fuego es un alivio, pero su sostenibilidad dependerá de si se retoma el diálogo o si, por el contrario, se consolida una relación marcada por reproches cruzados y acciones unilaterales.