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Estado de emergencia en Filipinas tras el paso del tifón Kalmaegi

6 de noviembre de 2025
El paso del tifón Kalmaegi por el centro de Filipinas dejó tras de sí un paisaje de destrucción que vuelve a recordar la vulnerabilidad de los países insulares frente a los fenómenos meteorológicos extremos. Barrios enteros anegados, viviendas destruidas, infraestructuras básicas dañadas y miles de personas desplazadas componen la estampa de una emergencia que se desarrolla en varias provincias al mismo tiempo. Las autoridades locales han debido recurrir a escuelas, centros comunitarios y edificios públicos como refugios improvisados, mientras se despliegan equipos de búsqueda y rescate en las zonas más golpeadas. El gobierno decretó el estado de emergencia para facilitar el uso de recursos extraordinarios, acelerar la asistencia y coordinar el apoyo internacional. El desafío inmediato es múltiple: restablecer el suministro eléctrico y las comunicaciones, habilitar rutas seguras para el traslado de ayuda humanitaria, garantizar agua potable y alimentos en los centros de evacuados, y atender las necesidades sanitarias básicas en un contexto de riesgo elevado de enfermedades transmitidas por el agua. En muchas localidades, el acceso solo es posible por vía aérea o marítima, lo que retrasa la llegada de suministros y complica la logística de los operativos. Kalmaegi se suma a una serie de episodios de alta intensidad que han afectado a la región en los últimos años. La combinación de mares más cálidos, cambios en los patrones de viento y mayor disponibilidad de humedad en la atmósfera crea condiciones para ciclones tropicales más potentes y destructivos. En este contexto, la discusión sobre la adaptación al cambio climático deja de ser un asunto de largo plazo y se convierte en una necesidad urgente para proteger vidas, infraestructura y sectores económicos clave como la agricultura, la pesca y el turismo. Cada nuevo tifón pone a prueba la capacidad de respuesta de un país que convive con estos fenómenos de manera recurrente. La economía filipina también sentirá el impacto de este evento. Los daños en rutas, puertos, redes de distribución y parques industriales afectan el funcionamiento de cadenas de valor internas y la conexión con mercados externos. Muchas pequeñas y medianas empresas, comercios locales y emprendimientos familiares verán interrumpida su actividad por semanas o meses, con consecuencias sobre el empleo y los ingresos. La reconstrucción exige recursos significativos y una planificación que combine soluciones de corto plazo con inversiones en infraestructura más resiliente, capaz de soportar vientos, mareas de tormenta e inundaciones de mayor magnitud. El componente social de la crisis es igualmente relevante. Los sectores de menores ingresos suelen vivir en zonas más expuestas a deslizamientos de tierra, crecidas de ríos y marejadas, y tienen menos margen para absorber pérdidas materiales. Cuando un tifón como Kalmaegi toca tierra, las familias con trabajos informales, viviendas precarias y escaso acceso a seguros se encuentran entre las más afectadas. La asistencia pública, las redes comunitarias y las organizaciones de la sociedad civil cumplen un papel decisivo para evitar que el desastre climático se transforme en una espiral prolongada de pobreza y exclusión. Mientras tanto, el desplazamiento de Kalmaegi hacia el mar de China Meridional y la posible afectación de otras costas de la región obligan a seguir de cerca los pronósticos meteorológicos. Países vecinos refuerzan sus sistemas de alerta temprana y preparan planes de evacuación preventiva ante la posibilidad de lluvias intensas y vientos destructivos. Esta secuencia subraya que los grandes ciclones tropicales no son eventos aislados dentro de las fronteras de un solo país, sino fenómenos regionales que requieren coordinación entre gobiernos, mecanismos de apoyo mutuo y protocolos comunes para movilizar recursos con rapidez. La experiencia de desastres previos ofrece lecciones que hoy vuelven a ponerse sobre la mesa. Una de ellas es la importancia de invertir en sistemas de alerta temprana robustos, capaces de llegar a comunidades remotas con información clara y oportuna. Otra es la necesidad de ordenar el territorio para evitar construcciones en zonas de altísimo riesgo, algo que no siempre es sencillo en contextos de presión demográfica y restricciones de suelo. También se refuerza la evidencia de que las obras de protección costera, los diques, los drenajes urbanos y las soluciones basadas en la naturaleza —como la restauración de manglares y humedales— pueden reducir significativamente los daños cuando el clima se vuelve extremo. A mediano plazo, Filipinas tendrá que profundizar su estrategia de resiliencia climática, articulando planificación urbana, política social y gestión del riesgo de desastres. La reconstrucción posterior a Kalmaegi puede ser una oportunidad para mejorar estándares de construcción, fortalecer redes eléctricas y de comunicaciones, y diversificar las fuentes de ingreso de las comunidades afectadas. Que estas metas se cumplan dependerá en buena medida del acceso a financiamiento adecuado y del acompañamiento de socios regionales e internacionales dispuestos a apoyar un proceso de recuperación que mire más allá de la emergencia inmediata. El tifón deja planteada una pregunta de fondo para toda la región del Pacífico occidental: cómo combinar crecimiento económico, inclusión social y preparación ante un clima cada vez más impredecible. La respuesta no se reduce a manuales técnicos de gestión de riesgos, sino que requiere acuerdos políticos estables, instituciones capaces de ejecutar políticas complejas y una ciudadanía informada que pueda participar en las decisiones sobre dónde y cómo construir, qué infraestructuras priorizar y qué modelos de desarrollo son compatibles con un entorno más peligroso. Kalmaegi es, en ese sentido, tanto una tragedia como una advertencia sobre el tipo de mundo al que el calentamiento global está empujando a las sociedades costeras.
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